lunes, 20 de agosto de 2012

Ahí vas


Ahí vas... que arda ese motor,
que se enciendan las neuronas,
que se queme hasta el calor.
Y estás un paso más allá:
más allá del espejismo
que distrae mi caminar.
Vos sabés de alquimia y algo más,
de susurros del destino,
de correr sin titubear.

Te ensuciaste con la tierra de la anestesia brutal,
tropezaste con la guerra de tu cielo y de tu mar.
Más allá de toda pena y de la crueldad del azar,
vos le diste voz al canto y dulzura al paladar. 
Te mezclaste con figuras que suponen algo más,
ya tuviste la soltura de no saber dónde estás.
Y si tu alma encuentra cura y en la cura hay más dolor
vos dejá bombear la sangre, que haya vida al interior.

¿Qué hacés?... contame adónde vas,
no tomaste en cuenta el tiempo,
tu lugar no existe más.
Verás... hay algo en que creer:
hoy tu espacio es mi Universo
y yo me quiero perder.

Y me pierdo en argumentos y me lleno de sudor,
ya no siento más el viento, ya no siento más calor.
Me sumerjo entre las dudas y me ahogo en tanta sal.
Y el escape es la locura, y la fuga es el no estar.
 Hoy me veo desde lejos y pregunto qué pasó,
me espío desde un espejo y no encuentro más razón.
Voy repitiendo lo mismo y un consuelo quedará:
ya no habrán penas ni glorias después de la tempestad.

lunes, 4 de abril de 2011

Y la gente me escuchó...

Y de pronto me senté, y sin mirar, comencé a leer – recordó más tarde-…la gente me escuchó. -parecía como si en ese instante bisagra de una escena a otra su voz habría adquirido un semblante distinto, como si ese conjunto de cuerdas vocales nicotínicas y cansadas se hubieran ordenado fatalmente logrando penetrar en los oídos de una manera inefable- Sí, me escuchó, me escuchó pero a la vez demandando más, me animé a mirar y contemplé en sus caras las ganas, veía en sus ojos la carencia de una emoción tal desde hacía tiempo. Mi voz, con la firmeza de un roble y dura como el diamante repetía las palabras que me dictaba el libro:
       “-¿Para usted la vida tiene sentido?
         -Absolutamente ninguno. Nacemos, vivimos, morimos, sin que por eso dejen las estrellas de moverse y las hormigas de trabajar”1
      Pasajes anteriores del libro definían al protagonista como un ser vacío, como una cáscara de hombre movida por el automatismo de la costumbre, un ser autodestructivo y autodenigrante, y yo estaba ahí, tan autodestructivo como Erdosain, sabiendo que no encontraría manera de escapar de sus miradas, de sus oídos, y sin querer hacerlo. Noté que mi piel sudaba y comprendí que era la vergüenza o el temor de mi cuerpo tratando de salir para luego evaporarse, para luego ser aire, para ser luego lluvia, luego agua y nuevamente sudor, sudor que empapaba la vida con un fatalismo inteligente que no hacía más que confirmar lo que leía: “…Nacemos, vivimos, morimos…”. ¿Y qué podía hacer yo ante tal certidumbre? Absolutamente nada, el tiempo y la naturaleza eran ahora mis adversarios y yo con un libro en la mano no encontrando en mi alma una sola hendidura por donde escapar.
      Al momento de gritarme a mí mismo comprendí que esas hojas, esas palabras, jamás me advirtieron que las avenidas pueden convertirse en callejones sin salida. –flotaba en el aire ahora una nube de certezas que contagiaba a todos con una incertidumbre: ¿Qué hacer? ¿Qué debe hacerse? – Nadie en el auditorio fue advertido de ello, y sin embargo, había en sus caras algo que le daba las gracias al Universo.
¿Qué había en esas palabras que a la gente les causara tal sensación? ¿Por qué les movilizaba tanto la crudeza de este libro? –preguntábase luego- Con el tiempo descubrí qué era lo que les causaba esa inmovilidad y ese deseo de seguir escuchando, qué era lo que seguía alimentando ese salvaje impulso inicial que los lanzó a escucharme: resulta que estaban escuchando de mi boca las palabras menos optimistas pero las más sinceras, resulta que el señor Arlt estaba siendo sincero.

                                                                            F.P
1 Los siete locos - Roberto Arlt, Octubre de 1929